Algunos
apuntes y aclaraciones sobre los orígenes de las cofradías de Semana Santa. La
cofradía de la Vera Cruz
Cristo
amarrado a la columna en el taller del escultor Vicente
Tena (año 1944)
Se
ha hablado tanto de las cofradías. Se han dicho tantas barbaridades
respecto a sus orígenes y antigüedad, que quizás convenga aclarar
algunos puntos para poder hablar con conocimiento de causa y no caer
en el abismo de la ignorancia.
Y
para evitar los habituales errores y baile de siglos, lo mejor es
acudir a las fuentes. Es decir: revisar los documentos que componen
nuestra historia más antigua, para comprender mejor la evolución
de un fenómeno tan curioso como las cofradías. Una institución teóricamente
destinada a desaparecer con el paso de los tiempos, que gracias a su
arraigo popular supo aguantar los vaivenes de la historia y
convertirse en la actualidad en un fenómeno de masas.
Porque
muchos desconocerán que las cofradías se fundaron originalmente
como asociaciones gremiales. Es decir: como grupos de personas que,
ejerciendo una misma profesión (artesanos, labradores, herreros,
curtidores, tejedores, ganaderos, mercaderes etc) se asociaban para
apoyarse mutuamente en situaciones adversas (enfermedades, desastres
de la naturaleza y muerte). Eran pues instituciones totalmente
laicas, dirigidas a practicar la ayuda y el auxilio mutuo entre sus
componentes.
El
problema es que a finales del siglo XV (época de los Reyes Católicos)
que es cuando tenemos constancia de las primeras cofradías de
Corral de Almaguer, la vida de los españoles giraba en torno a la
religión y la salvación de las almas, por lo que todas se
encontraban acogidas bajo la protección de un Santo Patrón.
Resquicio éste utilizado por la iglesia para entrar en su
control. Pero vayamos a los documentos de la época.
Existían a finales del siglo XV y
comienzos del XVI, seis cofradías en Corral de Almaguer:
La de la Magdalena, la de Nuestra Señora de los Sábados, la
del Corpus Christi, la de San Bartolomé, la de San Nicolás y la
de Nuestra Señora de la Muela. De las dos primeras tenemos
noticias desde el año 1494 y sabemos que estaban formadas por los
vecinos más poderosos de la villa (grandes propietarios y
mercaderes). Ambas contaban con retablos propios en la vieja
iglesia, que serían trasladados a la nueva una vez acabadas las
obras. La cofradía del Corpus Christi, por su parte, además de
encontrarse entre las más antiguas de la población, era la más
importante y la única que efectuaba procesión en la villa. De
hecho, el Corpus era por aquel entonces la principal festividad de
la localidad. Esta hermandad fue creada por el propio clero y para
la organización de su fiesta (que constaba de procesión, danzas
de paloteo, comida a todo el pueblo y teatro –autos
sacramentales-) contaba con el apoyo económico del Ayuntamiento.
La cuarta cofradía, perteneciente al gremio de curtidores (de los
que San Bartolomé era patrón) instaló su retablo en la
parroquia a mediados del siglo XVI, aunque sabemos de su
existencia desde el año 1515. De la cofradía de San Nicolás
tenemos noticias desde el año 1524, aunque desconocemos el gremio
que la sustentaba (probablemente el de pelaires o tejedores de
lana como en otros lugares de España). Finalmente, de la cofradía
de la Virgen de la Muela no se tiene noticia alguna hasta el año
1528, aunque todo apunta a que fue creada a comienzos del siglo
XVI y estaba integrada por el poderoso gremio de ganaderos.
Para
decepción de los apologistas de las procesiones de Semana Santa, ninguna
de las seis tenía que ver con la Pasión. Se trataba, como
hemos dicho anteriormente, de cofradías gremiales o corporativas,
que se limitaban a comprar las sepulturas, organizar los entierros
y decir ciertas misas semanales por las almas de sus hermanos
difuntos. El día de su Santo Patrón, como excepción, desfilaban
hasta la iglesia portando el pendón o estandarte de la cofradía
y posteriormente disfrutaban de una comida de hermandad.
No
sería hasta después de la celebración del Concilio de Trento
(1545-1563) con su promoción de las imágenes, los desfiles
procesionales y la penitencia pública como reacción a las ideas
luteranas, cuando se produciría una auténtica explosión de
hermandades por toda la geografía española. Corral de Almaguer
no sólo no fue ajeno a esta generalizada tendencia, sino que se
convirtió en una de las poblaciones con mayor número de ellas en
todo el priorato de Uclés. El aumento fue tan espectacular, que
en los cincuenta años que median entre la mitad del siglo XVI
(1550) y los comienzos del XVII (1603) en que aparece la primera
relación oficial de cofradías, las hermandades de nuestra
población triplicaron su número y se incrementaron hasta un
total de 18.
Artístico detalle
del Cristo amarrado a la columna. (Cortesía de Luis
Miguel Carrasco)
Y
como suele ocurrir con todo exceso protagonizado por los seres
humanos, al final aparecieron los problemas. Tantas cofradías
juntas y tantos mayordomos por hacerse notar, acabaron generando
situaciones de soberbia, vanidad, descontrol, escándalos y
enfrentamientos, además de numerosos actos indecorosos
(borracheras, peleas y obscenidades) como resultado de las
rivalidades surgidas entre las hermandades por aparecer ante los
vecinos más rumbosas que las demás y ofrecer más carne y vino
el día de su fiesta. Objetivos que, como podemos imaginar, se
encontraban bastante alejados de sus fines originales y motivaron
que la iglesia tomara cartas en el asunto.
En
consecuencia, en el año 1603 se obligó a las cofradías a
mostrar sus ordenamientos ante las autoridades religiosas con el
fin de que éstas los validasen y a presentar un libro de cuentas
donde apareciesen reflejadas las partidas de ingresos y gastos. A
la mayoría se les prohibieron también las comidas de caridad
-que encubrían excesos y borracheras- y a las más poderosas,
como la hermandad de Santiago y la de la Virgen de la Muela, se
les prohibió que corriesen y lidiasen un toro en la plaza, porque
su posterior reparto de carne entre el pueblo solía terminar con
numerosos altercados. “… Otrosí,
atentos a que de las dichas quentas parece que la dicha cofradía
corre un toro en su fiesta; y las cosas espirituales y que se
ordenaron para el servicio de Dios Nuestro Señor, como son las
cofradías, no se deben mezclar con lo profano, como es correr
toros, mandaron que de aquí adelante, a título de la cofradía,
no corran en manera alguna el dicho toro, so pena de excomunión
mayor y de dos mil maravedíes a cada mayordomo, alcalde e otros
oficiales de la dicha cofradía que lo contrario acordaren e
hicieren o consintieren, aplicados como dicho es.
Otrosí mandaron que en las
quentas de la dicha cofradía, de aquí adelante, pongan cada
partida, así del cargo como del descargo, distintamente y con
claridad, declarando lo que es cada cosa, y no por mayor y junto
como hasta aquí lo han fecho. So pena de dos ducados a cada
mayordomo y otros dos ducados al escribano y a cada uno de los demás
que las tomaren, aplicados como dicho es. Y que no se resciban las
partidas que no ovieren claridad y recaudo necesario …”
Las primeras cofradías de Pasión
en Corral de Almaguer
Dejando
de lado los habituales problemas de las cofradías –que serán
una constante a lo largo de su historia- vamos a centrarnos ahora
en el listado de la Orden de Santiago del año 1603, en el que se
nos informa de las dos primeras hermandades de Pasión que, con el
tiempo, se convertirán en los fundamentos de nuestra actual
Semana Santa. Dichas Cofradías, no sólo nos depararán numerosas
sorpresas respecto a sus orígenes y rituales, sino que harán
realidad aquella vieja frase
del evangelio de Mateo que recogía que “los últimos serán
los primeros y los primeros los últimos”. Es decir: que en
contra de lo que se venía creyendo hasta ahora, la
cofradía de mayor antigüedad es la de la Vera Cruz, seguida
pocos años después por la hermandad de la Soledad y a más de un
siglo de distancia la cofradía de Jesús Nazareno.
Aunque
si esto nos produce asombro, más nos sorprenderá el conocer que
las tres tienen un mismo origen o punto de partida: El extinto
convento de San Diego de Corral de Almaguer, perteneciente a la
Orden de los Franciscanos Descalzos y situado a las afueras de la
villa o, como se decía por aquel entonces, “extramuros de la
población”.
Procesión
de Bercianos de Aliste (Zamora) muy semejante
a la de Corral de Almaguer en el Siglo XVII
Y
es que si en algo están de acuerdo los estudiosos de la Semana
Santa española, es en admitir que las primeras cofradías
penitenciales se gestaron en los conventos. Y de entre los
conventos, españoles, los Franciscanos Menores también llamados
Descalzos o Alcantarinos (caracterizados por la rigurosa
observancia de la pobreza, penitencia y austeridad) fueron los que
se mostraron más activos a la hora de promocionar e impulsar la
creación de este tipo de hermandades. Tanto es así, que hoy en día
se considera probado que las primeras cofradías de Semana Santa
fundadas en España, fueron las de la Santa Vera Cruz y Sangre de
Cristo, siempre asociadas a un convento franciscano.
El
hecho de que Corral de Almaguer contara con uno de estos convento
franciscano desde el año 1581 y éste fuera de los más antiguos
del priorato de Uclés, vino a suponer que la primera cofradía
fundada bajo su tutela lo fuera en nuestra localidad y bajo la
advocación de la Santa Vera Cruz y Sangre de Cristo, por más que
en sus trayectos por los pueblos vecinos para pronunciar sus
famosos sermones y pedir limosna, los franciscanos alentaran también
su creación.
La cofradía de la Vera Cruz
Si
bien se conocen cofradías de la Vera Cruz en España desde la
segunda mitad del siglo XV, la controversia sobre la presencia de
disciplinantes en sus filas y si ello producía ejemplaridad y
fervor, frenó su extensión por toda la Península Ibérica. Sin
embargo, a raíz de la resolución del Papa Paulo III de 7 de
enero de 1536, concediendo privilegios e indulgencias a la
hermandad de Toledo y a todas las de este nombre, se propició la
fundación de estas cofradías por todos los puntos de España,
especialmente en aquellos pueblos y ciudades que contaban con
conventos franciscanos.
Conocemos
por los escritos de la Orden de Santiago sobre Corral de Almaguer,
que sobre el año 1550 la mujer de Pero López Carbonero mando
construir un humilladero (pequeña ermita o templete) en el
arranque del camino de la Guardia. Dicho humilladero llevaba el
nombre de la Vera Cruz. “… Otrosí se visitó otro
humilladero que está fecho, e es fuera de la dicha villa, junto a
ella, en el camino de La Guardia, el qual se ha edificado
nuevamente por la mujer del licenciado Pero López, defunto. Tiene
en medio una cruz de piedra, e un altar con un lienzo pintado con
Adán y Eva. Tiene una tierra junto a él para la luminaria de los
viernes, e no tiene otros propios algunos ni tiene necesidad de
reparo alguno del presente, porque está bien tratado e reparado
…” (año 1555)
Procesión
de la Vera Cruz de Bercianos de Aliste (Zamora) muy
semejante a la de Corral de Almaguer en el siglo XVII
Sabemos
que los humilladeros de la Vera Cruz solían ser los lugares en
los que finalizaban los recorridos procesionales de estas
hermandades. Sin embargo, en los viejos escritos sobre Corral de
Almaguer no hemos encontrado por ahora ningún dato que nos haga
pensar que cuando se construyó el humilladero ya existía la
hermandad. Creemos más plausible que fuera a raíz de la fundación
del convento Franciscano cuando se propiciase su creación.
Si tenemos en cuenta que el convento se creó en el año 1581 y
las primeras noticias de la cofradía provienen del año 1603,
debemos concluir que fue entre estas dos fechas –probablemente
entre 1581 y 1585- cuando se llevó a cabo la fundación de la
hermandad.
Independientemente
de la fecha exacta de fundación, lo que si tenemos claro es que la
hermandad de la Vera Cruz de Corral de Almaguer era originalmente
una cofradía de disciplinantes. Una cofradía que, al igual
que todas las de éste nombre, procesionaba en la tarde del Jueves
Santo -al término del oficio de tinieblas- presidida por una
simple cruz o crucifijo que portaba un fraile o sacerdote, seguido
por dos tipos de cofrades: los llamados cofrades de sangre,
varones menores de 40 años revestidos con una túnica basta de
lienzo blanco que dejaba la espalda al aire para ser azotada
durante el trayecto procesional; y los cofrades de luz
(enfermos, ancianos y mujeres) que portaban hachas de cera para
alumbrar los pasos desnudos de los disciplinantes durante el
trayecto procesional y que ayudaban a curar las heridas de los
hermanos de sangre una vez acabado el recorrido. Eran pues,
procesiones serias, austeras, sin lujo ni boato que, como
ocurría en buena parte del país, partían de un convento, ermita
u hospital y se dirigían a un humilladero situado a las afueras
de la población. (Este es el origen de los viacrucis)
Organización interna de la
cofradía
Si
bien en Corral de Almaguer no se conservan los libros
fundacionales, el hecho de que las reglas de las hermandades de la
Vera Cruz fueran tan semejantes en toda España, nos permite hacer
una aproximación bastante aceptable sobre sus ordenamientos.
Y
éstos solían comenzar recogiendo el lugar y fecha de la fundación.
Por ejemplo: En el Convento de San
Diego de Franciscanos descalzos de la villa del Corral de Almaguer
etc ….. en diez días del mes de enero de 1582 etc..
A
continuación se recogían los fines para los que se creaba la
hermanad, que casi siempre solían ser “para
mayor gloria y honra de Dios y en memoria y remembranza de su Santísima
Pasión”
Seguidos
de la manera de conseguirlo: “y
viendo que para esto es necesario estar todos en estado de gracia,
todos los cofrades, ansí hombres como mujeres, vayan confesados y
comulgados a la procesión que se hiciere el Jueves Santo en la
noche etc… porque de esta manera, la procesión que se hiciere y
la sangre que se derramare, será obra agradable a los ojos del Señor
…”
Recogían
después el tipo de personas que podían entrar en la cofradía: “…
mandamos que en esta cofradía no entren ni procuren de entrar,
hombres ni mujeres que sean de mal vivir, trato y sospecha y
vicios malos por donde se proceda escándalo, ruido o riñas entre
unos y otros de los cofrades …”
Y
terminaban esta primera fase de las ordenanzas recogiendo las
indulgencias Papales que disfrutaban los miembros de lacofradía.
Venía
después otra parte que trataba de la admisión.
Estando reunida la cofradía en cabildo y con el consentimiento de
todos los hermanos, se podía ingresar, bien como disciplinante
o hermano de sangre -si se era varón sano menor de cuarenta años-
o bien como hermano de luz, si se poseía alguna enfermedad, se
era mujer o se era mayor de la edad convenida. Todas las cofradías
de la Vera Cruz aceptaban mujeres como cofrades con licencia del
marido, aunque éstas sólo podían disciplinarse si lo comentaban
expresamente en la reunión.
Las
mujeres también podían pertenecer a la cofradía de la
Vera Cruz
Las
cuotas de ingreso. Solían ser
distintas según se fuera cofrade de disciplina o de luz, pagando
éstos últimos mayor cantidad. En Corral de Almaguer sabemos que
la cuota de entrada por estas fechas (1603) era de ocho reales y
medio
El
Cabildo. Una vez al año se reunía
el cabildo formado por todos los hermanos y presididos por el abad
o prior, que es como se conocía al clérigo que los acompañaba.
En ella se trataba el ingreso de los nuevos hermanos, la elección
de los dos mayordomos anuales y otros cargos, la solución de
posibles conflictos o enfrentamientos entre cofrades y el pago de
las multas impuestas a los hermanos
Venían
a continuación las obligaciones de los cofrades. Entre
ellas estaban la asistencia a la misa de los viernes en el
humilladero (ofrecida por los hermanos difuntos) además del
Jueves Santo en la parroquia antes de la procesión y en las dos
celebraciones solemnes de la cruz: El día de la invención de la
cruz (3 de Mayo) y el de la exaltación de la cruz (14 de
septiembre). Rezaban también todos los días 5 padrenuestros y 5
avemarías por las cinco llagas de Cristo, y en algunos lugares
las varas de los mayordomos y los pendones llevaban el anagrama de
las cinco llagas.
La Procesión
Era
el acto de culto más importante para la cofradía y el que
suscitaba mayor presencia de público. A él estaban obligados a
asistir todos los miembros de la hermandad y su ausencia generaba
multas. Se celebraba el Jueves Santo al término del oficio de
Tinieblas o a la caída del sol y después de escuchar el sermón
de un franciscano que les exhortaba a azotarse trayéndoles a la
memoria los tormentos de Cristo. Después partían en procesión,
bien desde la iglesia parroquial o bien desde la iglesia del
convento -que de esto no hay certeza- rumbo al humilladero de la
Vera Cruz.
Abría
el cortejo un sacerdote o fraile con una cruz alzada y una corona
de espinas en la cabeza, al que seguían los disciplinantes en dos
filas, descalzos y con túnicas blancas de lienzo tosco que
dejaban las espaldas al descubierto. A ambos lados iban
flanqueados por los hermanos de luz, que portaban grandes cirios o
hachas de cera para iluminar el camino. Durante el trayecto se
iban entonando misereres y otros cánticos de penitencia, cerrando
el desfile los dos pendones de la cofradía: uno negro y otro
colorado, con los símbolos de la pasión o las cinco llagas.
Los
látigos con los que se golpeaban los disciplinantes poseían al
final unas estrellitas de plata que se introducían en la carne y
producían la sangre y las heridas de la espalda, y después de
acabada la procesión los hermanos de luz lavaban y curaban las
heridas de los disciplinantes con vino cocido. Aunque al principio
los disciplinantes iban con la cara descubierta, la aparición de
conductas de exhibición por parte de algunos jóvenes para
aparentar virilidad ante las damas, hizo que se obligara a los
disciplinantes a cubrirse la cabeza.
Aunque
no podamos trasladarnos en el tiempo para contemplar en directo
este mundo de sufrimiento, sangre y misereres heredado de la edad
media, para asombro de todos, en el Archivo Nacional de París
se guarda una descripción casi fotográfica de la procesión de
Corral de Almaguer. Se trata de un documento manuscrito que
narra el viaje de unos franceses por la Península Ibérica en la
primera mitad del siglo XVIII, al calor de las nuevas ideas de
ciencia y progreso surgidas tras la revolución francesa. Nuestros
vecinos del norte pretendían reflejar en sus escritos la realidad
de un país al que se consideraba atrasado y más africano que
europeo. La casualidad quiso que viniendo de Cartagena hacia
Madrid, se vieran obligados a pernoctar en nuestra población y se
encontrasen con una procesión de rogativas por la terrible sequía
de aquel año. Su asombro fue en aumento cuando comprobaron que se
trataba nada menos que de una procesión de disciplinantes como
las que desfilaban en Semana Santa que, de manera excepcional,
repetía sus penitencias para suplicar la lluvia. El relato es el
siguiente: “… Y llegaron al
Corral de Almaguer, donde se hacían rogativas por la sequía
extrema de aquel año, en las cuales el predicador explicaba al
pueblo cómo era castigo de sus pecados y les exhortaba a
apaciguar la cólera del cielo por medio de penitencias rigurosas.
En la procesión de rogativas vieron hombres que llevaban enormes
cruces de madera atadas con cuerdas, otros con los brazos en cruz
fuertemente sujetos a enormes barras de hierro, otros con pesadas
piezas de hierro en los pies. Más los disciplinantes que tanto
horrorizaban a los viajeros, adornados aquí con el gorro
puntiagudo que caía como máscara sobre la cara. Uno de ellos se
disciplinó tan fuerte, que murió aquella noche. Los viajeros
vieron las cruces que se habían hecho con su sangre en la puerta
de la iglesia y oyeron al fraile predicador que acompañaba la
procesión, animar a los penitentes a infligirse mayores
penitencias y pegarse más fuerte, llevando él mismo una corona
de espinas sobre la cabeza que le teñía la frente de sangre. El
espectáculo impresionó tanto a los franceses, poco habituados a
estas mortificaciones corporales, que aquella noche no pudieron
cenar”
Picaos
de San Vicente de la Sonsierra y empalao de Valverde de la
Vera. Ambas penitencias eran practicadas por la
Cofradía de la Vera Cruz de Corral de Almaguer desde
finales del siglo XVI
A
partir del siglo XVIII, estas procesiones comenzaron a añadir imágenes
a sus desfiles procesionales y concretamente los Cristos amarrados
a la columna que se convirtieron en símbolos de estas cofradías,
además de las Vírgenes de los siete dolores que cerraban los
cortejos.
Con
la llegada de los ilustrados al poder y su afán de modernización
del país (reinado de Carlos III) las cofradías de disciplinantes
fueron suprimidas por ser consideradas muestras de barbarie,
superstición e incultura popular (año 1777). Como resultado,
muchas se extinguieron definitivamente, mientras otras, como la de
Corral de Almaguer, tras un largo período de tiempo se refundaron
nuevamente en tiempos de Isabel II, aunque ya sin disciplinantes y
con muy poco que ver con la original. La nueva cofradía de la
Vera Cruz de Corral de Almaguer -la actual- fue pues refundada el
27 de Mayo de 1844, recogiéndose en su preámbulo “…
Que por la desgracia de los presentes calamitosos tiempos, se
encuentra esta cofradía enteramente extinguida, perdida su ceray libros en donde estaban consignadas las constituciones o
reglas bajo las cuales llenaban el objeto de su creación… ”
Virgen
de los Dolores recién traída
a Corral de Almaguer (Año 1941)
Tras
un nuevo paréntesis durante la guerra civil, en la que se
perdieron las antiguas imágenes de Semana Santa (de poca calidad
artística según los entendidos de la época, pero muy queridas
por el pueblo) las cofradías encargaron las actuales imágenes
procesionales a los mejores escultores del momento, destacando
especialmente en esta cofradía la
escultura del cristo amarrado a la columna (sin sayones)
considerada por los entendidos en la materia como una de las
mejores obras salidas del taller de don Vicente Tena.
Y
ya para terminar, vamos a regalarle a la cofradía de La Santa
Vera Cruz -conocida como los blancos- los escritos más antiguos
conservados sobre su hermandad, elaborados aproximadamente dos décadas
después de su fundación. En ellos se describe el resultado de
una visita realizada por la Orden de Santiago a Corral de Almaguer.
Dichos escritos –inéditos hasta ahora- son como siguen:
Cofradía
de la Santa Vera Cruz
Hallaron
por mayordomos de la cofradía de la Santa Vera Cruz a Juan Gómez
de Gabriel Gómez y Pedro Sánchez de Quero, los quales, con
juramento, declararon que la dicha cofradía tiene los bienes
siguientes
Bienes
Una
haza de tres fanegas de cevada en los carrascalejos
Otra
de dos fanegas de cevada junto a Nuestra Señora del Campo
Una
casulla de raso blanco con cenefa de terciopelo carmesí, con su
alba y amito, estola y manípulo
Un
pendón de damasco negro e otro colorado
Quenta
Y
habiendo hecho revista de las quentas de la visita pasada del
Prior, se le hizo cargo a los dichos mayordomos, habiendo
precedido juramento dellos, en la forma siguiente:
Cargo
Hízoseles
cargo de setecientos e quarenta e ocho maravedíes en que fueron
alcanzados Juan Tercero e Juan Martínez de Quero, mayordomos sus
antecesores, en la quenta que dieron en ocho de septiembre deste año
de seiscientos y tres
Diez
e siete reales, de entradas de dos hermanos
Treinta
e cinco reales, de quatro fanegas de cevada los veinte e quatro, y
los once de la renta de una haza. Y la cevada fue también de
renta y se vendió a seis reales. Y doce reales de una fanega de
trigo que se allegó de limosna
Monta
el dicho cargo dos mil novecientos e veinte y dos maravedíes, y
declararon los dichos mayordomos no haber otra cosa de que
hacerles cargo, por no tener más bienes la dicha cofradía. Y el
gasto suelen repartir los hermanos entre sí. Y por haber tan poco
tiempo que son mayordomos, no se ha fecho ni tienen descargo por
ahora, y se dan por alcanzados en los dichos maravedíes. E lo
firmaron: Juan Gómez e Pedro Sánchez de Quero. Francisco de Larrázpuru
(escribano)
Los
dichos visitadores aprobaron las dichas quentas e condenaron a los
dichos mayordomos en los dichos maravedíes del dicho cargo e
alcance, y proveyeron el mandato siguiente:
Mandato
Mandaron
a los mayordomos e oficiales de la cofradía, que de aquí
adelante, en las quentas della, pongan las partidas del cargo y
descargo distintamente cada cosa, declarando de lo que es, y no
junto como hasta aquí lo han hecho. E lo cumplan so pena de tres
ducados por cada vez que lo contrario hicieren, aplicados por
iguales partes a gastos del Capítulo General y salarios del
caballero que viniere al cumplimiento de los mandatos y la misma
cofradía. Firmado: Gómez Velázquez e Alonso de Cerecedo.
Francisco de Larrázpuru (escribano)