INTRODUCCIÓN
La Pandemia, como toda gran crisis global que se precie, ha puesto patas arriba nuestra percepción del mundo. Habíamos oído hablar de pestes terribles, de crisis climáticas seguidas de espantosas hambrunas, de terroríficas guerras mundiales con millones de muertos, pero lo percibíamos lejano en el tiempo y nos sentíamos invulnerables rodeados de edificios inteligentes, vehículos poderosos, cámaras de seguridad, satélites artificiales, medicina robotizada, inteligencia artificial y todo tipo de artefactos inventados por el ser humano para transmitirnos una falsa sensación de seguridad. Mira tú por donde, ha tenido que venir el más pequeño de los seres vivos, tan pequeño que sólo puede verse con la ayuda de un microscopio electrónico, para bajarnos los humos, darnos una bofetada de cruda realidad y recordarnos lo insignificantes y vulnerables que somos. Tan vulnerables, que hemos tenido que volver a los métodos de la edad media para contener la propagación de la enfermedad.
Y puesto que todo aquello que está fuera de control genera en
nosotros miedo e inseguridad, hemos tenido que luchar también
contra la desesperanza, la tristeza, la ansiedad y la depresión.
Hemos sido más conscientes que nunca, de que la existencia humana
está rodeado de peligros. Peligros compartidos con el resto de
ciudadanos del mundo, que han hecho brotar en nosotros sentimientos
de solidaridad, empatía y compasión, a la vez que el egoísmo más
infame, el odio y la mentira
La pregunta es: ¿habrá obtenido el ser humano alguna enseñanza de
tanto sufrimiento, o seguiremos tirando piedras a nuestro propio
tejado? Permítanme que una vez más sea escéptico con el resultado
del dilema.
La aparición del Manuscrito
Pero no todo han sido tristezas y desesperanzas. El confinamiento ha
servido también para hacer una pausa en la ajetreada vida diaria y
mirar a nuestro alrededor. Para relajarnos y retomar viejas
aficiones, como la lectura, o recuperar aquellos antiguos escritos
arrinconados entre los documentos de la librería. Ha sido gracias
al confinamiento, que un buen día, como si del
comienzo de una novela histórica se tratase, recibí en mi casa un
antiguo manuscrito.
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Portada del manuscrito |
Pero ¿Quién era éste don Gorgonio?
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El
Infante Francisco de Paula (Francisco de Goya) |
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El
Infante Francisco de Paula retratado por Vicente López |
El
Infante en su madurez retratado como Comendador |
La
reina Isabel II (daguerrotipo) |
Pero volvamos al manuscrito. No cabe duda que don Gorgonio era un
hombre cultivado y de exquisita educación, con bastante cultura
general en comparación con sus iguales de la localidad y sobre
todo con mucha curiosidad por investigar y descubrir el porqué de
las cosas. Es gracias a esa curiosidad, que nuestro personaje,
ejerciendo de juez de paz, comenzó a investigar y copiar algunos
de los documentos más antiguos de la población, por aquel
entonces aún custodiados en las Casas Consistoriales. Una
curiosidad de la que no era ajena la influencia de su compañero
Ángel López-Higueras, administrador de la encomienda de Monreal
y encargado de enviar copias de los documentos más antiguos de la
villa a su amigo don Braulio Guijarro, juez de primera instancia
de Quintanar y miembro externo de la Real Academia de la Historia.
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Primera página del manuscrito |
Intentando emular pues a su
compañero, don Gorgonio se propuso ir un paso más allá y
escribir él mismo una Historia de Corral de Almaguer, acudiendo
no sólo a los fondos del Ayuntamiento, sino también a los de
la Iglesia y a los que guardaban celosamente las grandes
familias de la localidad. Con toda la información obtenida y la
que fue acumulando preguntando a unos y a otros, don Gorgonio
finalizó la presente historia poco antes de morir, sin haberla
podido depositar aún en alguno de los lugares en los que don
Gorgonio consideraba que permanecerían para siempre: la
Parroquia, el Ayuntamiento o quizás la mismísima Academia de
la Historia. Sin embargo, la casualidad o quizás la curiosidad,
hicieron que, tras su fallecimiento y poco antes de que se
desmantelara la casa, la criada decidiera recoger el manuscrito
y llevárselo a su casa como si de un auténtico tesoro se
tratase. Gracias a ese providencial atrevimiento arropado por el
destino y después de pasar por no pocos descendientes de
aquella cercana sirvienta de don Gorgonio, el tiempo ha querido
depositarlo entre los documentos de mi biblioteca –con el
beneplácito de su último propietario- para que dicha Historia sea
divulgada entre la población y todos los corraleños podamos
conocer esa visión un tanto romántica del Corral de Almaguer
de don Gorgonio y, sobre todo, los interesantes datos que nos irá
regalando poco a poco el manuscrito.
(Continuará)
Rufino Rojo García-Lajara (Marzo de 2021)